sábado, 4 de agosto de 2012

CLARA DE ASÍS


VIBRACIÓN AQUÍ / HIC



Santa Clara de Asís nació en Asís, Italia, en 1193.

Su conversión hacia la vida de plena santidad, se efectuó al oír un sermón de
San Francisco de Asís, su flama gemela, también conocido como el Maestro Kuthumi.

Cuando ella tenía 18 años, San Francisco predicó en Asís los sermones de cuaresma,
y allí insistió en que para tener plena libertad para seguir a Jesucristo,
hay que librarse de las riquezas y bienes materiales.

En secreto, se fue a buscar al Santo para pedirle que la instruyera
en el modo de poder conseguir la perfección cristiana.

Él le dijo que había que desprenderse de todo, la animó a dejar la vida de riquezas
y comodidades que llevaba, y dedicarse a una vida pobre, de oración y penitencia.

El Domingo de Ramos del año 1212, Clara asistió a la celebración, pero estaba tan
emocionada y fuera de sí que no pasó a recibir la palma.

Entonces, el señor obispo se fue para la banca donde ella estaba,
y le puso en sus manos la palma bendita.

Y aquella noche, a medianoche, acompañada de una sirvienta, salió
secretamente de su casa, (una rica mansión de familia muy acomodada)
y se fue a dos kilómetros de distancia, donde San Francisco vivía
pobrísimamente, en un sitio llamado La Porciúncula.

Allá la estaba aguardando el Santo, el cual salió a recibirla junto con sus frailes,
llevando todos, lámparas encendidas y cantando de alegría.

De rodillas ante San Francisco, hizo Clara la promesa de renunciar a las riquezas
y comodidades del mundo, y de dedicarse a una vida de oración, pobreza y penitencia.

El Santo, como primer paso, tomó unas tijeras y le cortó su larga y hermosa cabellera,
le colocó en la cabeza un sencillo manto, y la envió a donde unas religiosas que vivían
por allí cerca, a que se fuera preparando para ser una santa monja.

Días más tarde, fue trasladada temporalmente, por seguridad, a las monjas Benedictinas,
ya que su padre, al darse cuenta de su fuga, sale furioso en su
búsqueda, con la determinación de llevársela de vuelta al palacio.

Pero la firme convicción de Clara, a pesar de sus cortos años de edad, obligan
finalmente al Caballero Offeduccio a dejarla.

Días más tardes, San Francisco, preocupado por su seguridad, dispone
trasladarla a otro monasterio de Benedictinas situado en San Ángelo.

Allí la sigue su hermana Inés, quien fue una de las mayores colaboradoras en la
expansión de la Orden y la hija (si se puede decir así) predilecta de Santa Clara.

Le sigue también su prima Pacífica.

San Francisco les reconstruye la capilla de San Damián, lugar donde el
Señor había hablado a su corazón diciéndole, "Reconstruye mi Iglesia".

Esas palabras del Señor habían llegado a lo más profundo de su ser, y lo
llevó al más grande anonadamiento y abandono en el Señor.

Y muchas muchachas más se dejaron atraer por esa vida de oración y recogimiento,
y así pronto el convento estaba lleno de mujeres dedicadas a la santidad.


Gracias a esa respuesta de amor, de su gran "Si" al Señor, había dado vida
a una gran obra, que hoy vemos y conocemos como la Comunidad Franciscana,
de la cual Santa Clara se inspiraría y formaría parte crucial, siendo cofundadora con
San Francisco, en la Orden de las Clarisas.

Francisco nombró a Clara como superiora de la comunidad, aunque ella toda la vida
trató de renunciar al puesto de superiora y dedicarse a ser una sencilla monjita de segundo
orden. Sin embargo, por cuarenta años, será la superiora del convento. Y las monjitas no
aceptarán a ninguna otra en su reemplazo mientras ella viva. Es que su modo de ejercer la

autoridad era muy agradable, y lleno de amor y caridad.

Servía la mesa, lavaba los platos, atendía a las enfermas, y con todas era como
una verdadera madre... llena de compresión y misericordia.

A los pocos años, ya había conventos de Clarisas en Italia, Francia, Alemania y Checoslovaquia.

Y estas monjitas hacían unas penitencias muy especiales, inspiradas en el ejemplo de
su Santa fundadora, que era la primera en dedicarse a la penitencia.

No usaban medias, ni calzado, se abstenían perpetuamente de carne, y sólo hablaban
si las obligaba a ello alguna necesidad grave o la caridad.

La fundadora les recomendaba el silencio como remedio para evitar innumerables
pecados de lengua y conservarse en unión con Dios y, alejarse de dañinas distracciones
del mundo, pues, si no hay silencio, la mundanidad se introduce, inevitablemente,
en el convento, decía. No contenta con las mortificaciones que

las demás monjitas hacían, Santa Clara ayunaba a pan y agua los cuarenta días

de cuaresma, y los días anteriores a las grandes fiestas.

Y muchos días los pasó sin comer ni beber nada.

Dormía sobre una tabla dura y por almohada tenía un poco de pasto seco.

San Francisco y el obispo de Asís le mandaron que no dejara pasar un día sin comer,
aunque fuera un pedazo de pan. Poco a poco la experiencia le fue enseñando
a no ser demasiado exagerada en penitencias, porque se le dañaba la salud.

Y más tarde escribirá a sus religiosas: "Recuerden que no tenemos cuerpo
de acero ni de piedra. Por eso debemos moderar los exagerados

deseos de hacer penitencias, porque la salud puede sufrir daños muy serios".


En su lecho bordaba y hacía costuras, y oraba sin cesar.

El Sumo Pontífice la visitó dos veces y exclamó:
"Ojalá yo tuviera tan poquita necesidad de ser perdonado, como la
que tiene esta santa monjita".

Cardenales y obispos iban a visitarla y a pedirle sus consejos.

El 10 de agosto del año 1253, a los 60 años de edad y 41 años de ser religiosa,
se fue al cielo a recibir su premio.


Santa Clara de Asís es venerada en la iglesia católica, en la iglesia luterana y la comunión
anglicana. Es Santa Patrona de las Telecomunicaciones, la Televisión,
el buen tiempo, contra piratas y salteadores, de los guardas de faros,
de los pescadores, de los navegantes y de la devoción a la Eucaristía.

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